Un Refugio en las Palabras: El chico de cristal

martes, 17 de noviembre de 2009

El chico de cristal

Camina entre la gente teniendo que esquivar las prisas de quien la cotidianidad del día le obliga a acelerar el paso. El va tranquilo porque no tiene un destino al que llegar a ninguna hora marcada por el reloj, en realidad lleva años caminando por los mismos lugares sin saber muy bien que hace allí, ni como llegó, ni a donde le llevaran sus pasos.

Unos pasos cada día mas cansados. muchas veces ni se molesta en apartarse del camino de señores con chaqueta que, inevitablemente chocaran con él y miraran estupefactos hacia atrás intentando averiguar contra que tropezaron sin ver absolutamente nada, la historia de su vida, lleva casi 30 años en el mismo sitio y aún nadie lo ve.

Solo cuando la lluvia resbala sobre él su silueta se dibuja en mitad del mundo al que pertenece aunque nadie sea consciente. Entonces la gente se asombra al ver que algo inocente, adorable, casi angelical ha aparecido en mitad de sus ajetreadas vidas. Cada vez que se le intuye, la gente se enternece, se le ablanda el corazón durante unos minutos; algunos se acercan a él mas por curiosidad que por empatía y le observan, le acarician, le invitan a sentarse, pero nadie se pregunta de donde ha salido. Cuando la lluvia cesa y los rayos asoman entre las nubes que empiezan a exiliarse, su cuerpo se seca y se vuelve tenue, manchado solo por la arena que traía la lluvia. Al momento la gente se olvida de aquel entrañable personaje que hace escasos minutos enternecían sus sonrisas y solo se preocupa en protegerse los ojos de la punzante luz solar que se magnifica al chocar con su cuerpo.

El sigue caminando hacia la eternidad de ninguna parte sacudiéndose la suciedad que han dejado las nubes. Deseando que pronto vuelva a llover para hacerse visible.

Hace años, las lagrimas le perfilaban ligeramente si la pena era tan insoportable que le hacía llorar durante horas, pero ya se le había olvidado llorar o había decidido que era mejor permanecer escondido que mostrarse con el sufrimiento.

Y así pasan los días, andando por el mundo, sin nada que ocultar, transparente. Esperando encontrar aquellos ojos que quieran molestarse en mirar por dentro y no a través de ese bufón al que ninguna princesa quiere ver; de este idiota romántico sin balcón al que cantar. Unos ojos que conviertan en visible este cuerpo de cristal.

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